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Dierick Bouts (Haarlem alrededor de 1410 – Lovanio 1475), Cristo en la casa de Simón el Fariseo, entre el 1450 y el 1475, óleo sobre tabla (madera de roble), 42,2 x 62,5 cm, Berlín, Gemäldegalerie
Mes de agosto.
Mujeres del Nuevo Testamento: la pecadora en casa de Simón.
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!» Pero Jesús le dijo: «Simón, tengo algo que decirte». «Di, Maestro!, respondió él. «Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos amará más?». Simón contestó: «Pienso que aquel a quien perdonó más». Jesús le dijo: «Has juzgado bien». Y volviéndose hacia la mujer, dijo de Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor». Después dijo a la mujer: «Tus pecados te son perdonados». Los invitados pensaron: «¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?». Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz». (Lc 7, 36-50)
La pequeña tabla pintada reproduce fielmente el relato evangélico. Parece, de hecho, comprimirlo en un espacio estrecho, probablemente para hacer aún más evidente la escena. A la derecha, la presencia del comitente (no sabemos su nombre, pero por el vestido entendemos que se trata de un monje cartujo) nos dice, ante todo, que lo que está narrado por el dipinto nos concierne, es una escena sobre la que cada uno de nosotros tiene que meditar y contemplar. Y el hecho de que el apóstol Juan, a la derecha, parece conversar con el monje arrodillado, confirma todo esto.
Pero vayamos al subjeto de la pintura. Estamos en la casa de Simón, la mesa está puesta para el almuerzo, Jesús está a la derecha del proprietario de la casa, mientras que a su izquierda está Pedro. Los personajes principales se mueven, miran más allá de la mesa porque ha occurido algo: una mujer entró, se inclina a los pies de Jesús, los humedece con las lagrimas, los limpia con el pelo, los perfuma. Este imprevisto suscita tres reacciones diferentes en los tres protagonistas que están justo en frente de nosotros, los espectadores. Simón, en el centro, parece irritado de la interrupción, la boca semiabierta y la mirada impaciente parecen casi buscar una solución inmediata a la situación que se ha creado y que, en su opinión, está molestando a Jesús. Pedro, a la izquierda del proprietario, parece a su vez Pedro, querer alejar el indecoroso espectáculo que da la mujer. Y finalmente Jesús, a la derecha de Simón, que mira concentrado a lo que la mujer está haciedo, sin retirar el pie, sino más bien ofrecerlo. Y el hecho de que su mano derecha está bendiciendo a la mujer nos confirma lo que el relato evangelico explicita: Mucho se le ha perdonado porque ha amado mucho.
Y aquí llegamos por fin a ella, a la mujer cuyo nombre ni siquiera conocemos. Está relegada a la esquina izquierda de la pintura, ha adoptado la pose de los siervos, pero no podemos evitar dirigir nuestra mirada en ella. De ella nos impresiona su hermoso cabello rubio ondulado, sus manos afiladas, el frasco de ungüento perfumado junto a su mano derecha. Curiosamente, los colores de su ropa - el verde de la túnica y el rojo/azul de la capa- recuerdan respectivamente los colores de los vestidos de Simón y Pedro, quienes que claramente la están criticando y querrían alejarla de Jesús. En cambio, su actitud y su elección silenciosa de declararse al servicio del Mesías le valieron la consideración, el perdón y la bendición del Señor. A ella, mujer valiente que supo desafiar la cultura de la época, la malediciencia de la gente, los prejuicios de los bienpensantes, va toda nuestra admiración y el deseo de poder atraer sobre nosotros, como ella, la mirada benévola y salvadora del Señor Jesús.
Me gusta pensar que el extremo cuidado con el que el pintor flamenco ha hecho cada detalle (la maravillosa elaboración geométrica del suelo, el realismo del pescado dispuesto para la cena, la fragancia de las pequeñas hogazas de pan, la transparencia de los vasos de cristal, la preciosidad del veteado del mármol de la columna que a la izquierda abre a una terraza desde la que se vislumbra un hermoso paisaje, el suave cuero rojo de los zapatos de Simón y su precioso tocado...) es un homenaje a la protagonista del cuadro, a la mujer que pronto abandonará en paz esa habitación donde conoció a Jesús. Y probablemente ya no será la misma de antes, porque ha experimentado la misericordia y el perdón.
(Contribución de Vito Pongolini)