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Arte y meditación - julio 2023

maddalena penitente

José de Ribera (Játiva, Valencia 1591 - Nápoles 1652), La Magdalena penitente, 1641, óleo sobre lienzo, 182 x 149 cm, Madrid, Museo del Prado.

Mes de julio. 

Mujeres del Nuevo Testamento: María Magdalena. 

Después de esto iba él caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena Noticia del reino de Dios, acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes. (Lc 8, 1-3)

 

De María, originaria de Magdala, un pueblo de pescadores en la orilla occidental del lago de Tiberíades, se cuentan pocas cosas en el Evangelio. La más importante se narra al final de los cuatro evangelios, cuando se nos dice que estaba presente en la condena y muerte de Jesús y, sobre todo, que fue testigo de su resurrección.

El culto de esta gran discípula y santa se difundió rápidamente por toda la Iglesia y son numerosos los testimonios artísticos relacionados con ella.  A menudo se representa come “mirofora” – una de las mujeres que durante la mañana de Pascua llevan los aceites para ungir el cuerpo de Jesús - o como "dolorosa" al pie de la cruz - a menudo con los brazos extendidos - o como "llamada por nombre" por Jesús resucitado en el jardín (se trata del denominado "noli me tangere", "no me toques", del que habla el capítulo 20 del Evangelio de Juan).

En este hermoso lienzo del pintor español José de Ribera, María está representada como "penitente". Según una antigua tradición, la Magdalena se retiró al territorio de Éfeso y vivió en el desierto. Este aspecto penitencial de los santos tuvo gran difusión en el siglo XVII, hasta el punto de que quien encargó al pintor español - que trabajaba en Nápoles desde hacía ya algunos años - el lienzo que estamos examinando, hizo pintar a Ribera otras tres obras representando a otros tantos santos retirados en un ambiente desértico: San Bartolomé, Santa María Egipcia, San Juan Bautista.

Si dirigimos nuestra mirada ahora hacia la hermosa pintura, hay algunos elementos que nos llaman la atención.

Ante todo, notamos el paisaje, dominado por la roca bajo la cual se encuentra María y sumergido en el gris de un cielo que no parece iluminar sino más bien suscitar sensaciones de silencio y soledad (por ende, no se ve ningún rastro de actividad humana, solo prados, plantas, montañas).

María, además, se nos presenta a través de un atributo que la caracteriza: en la parte inferior derecha podemos observar un hermoso jarrón metálico, precisamente el contenedor de los aceites que en la mañana de Pascua llevó consigo al sepulcro donde habían enterrado a Jesús.

Y siempre María, aun teniendo una actitud y una pose típicas de los penitentes (está de rodillas, descalza, con las manos juntas, los largos cabellos sueltos, la mirada dirigida hacia Dios) expresa sin embargo una gran dignidad que se manifiesta de modo concreto en el bellísimo manto rojo que viste. Por lo tanto, la penitencia no es algo que lleve a la humanidad a un estado primitivo o casi animal, sino que es una práctica que, al acercar más a Dios, da plenitud a la vida misma.

Dejémonos guiar por María Magdalena: ciertamente nos conducirá a Jesús, porque ella lo encontró, lo reconoció, creyó en su palabra.

 

Nace una nueva mañana,

primer día de la semana.

Mira mi alegría brillar,

es Jesús que se alza.

¡Aleluya, aleluya!

 

La tumba está vacía y sin más guardias,

solo los ángeles me miran,

entona nuevas canciones,

es Jesús quien nos hace vivir.

Aleluya, aleluya.

 

El jardín es luminoso y tranquilo,

está el Señor que habla,

Pensé que había visto al jardinero,

pero es Jesús, nuestra luz.

¡Aleluya, aleluya!

 

Me envía a vosotros, hermanos míos,

ya nos precede,

Escuchad, queridos amigos,

es Jesús quien nos llama.

¡Aleluya, aleluya!

 

Sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado. Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. (Romanos 6, 6-11)

(Contribución de Vito Pongolini)