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Arte y meditación - junio 2020

Raffaello Sanzio (Urbino, 1483 - Roma, 1520), Disputa del Santísimo Sacramento, 1509, fresco, 500x770 cm, Vaticano, Museos Vaticanos.

14 de junio, Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi).

El gran fresco forma parte de la decoración de una de las 4 habitaciones obra de Rafael y sus aprendices para el Papa Julio II de la familia Della Rovere que confió al joven genio de Urbino la tarea de pintar las habitaciones de su apartamento privado.

Este fresco estaba en la biblioteca y el estudio privado del Pontífice. Su sucesor, León X de la familia Medici, lo convirtió en un estudio y una sala de música, donde también se guardaba su colección de instrumentos musicales. A mediados del siglo XVI se convirtió finalmente en la sede del más alto tribunal de la Santa Sede, la “Segnatura Gratiæ et Iustitiæ”, de la que derivó el nombre por el que aún hoy conocemos esta extraordinaria sala: la Sala de la Signatura.

El título bajo el cual conocemos el fresco no es quizás el más exacto. Sería más correcto llamarlo “El triunfo de la religión”. Lo que más nos llama la atención al contemplar este gran fresco (tiene 5 metros de altura y casi 8 metros de ancho) es la posibilidad de leerlo tanto horizontal como verticalmente. En el centro se desarrolla el eje vertical a lo largo del cual, desde arriba, encontramos la Trinidad (Dios Padre, Jesús resucitado mostrando los signos de la Pasión, el Espíritu Santo en forma de paloma) y la Eucaristía, con la hostia en el ostensorio colocado en el altar. Se nos presenta el corazón del cristianismo, las tres Personas de la Trinidad y la misteriosa presencia de Jesús en el Pan que es su Cuerpo.

El eje horizontal se desarrolla a su vez en dos niveles. El primero, en la parte superior del fresco, nos presenta la Iglesia triunfante: a los lados de Cristo están María y Juan el Bautista y, a la derecha y a la izquierda en las nubes, se alternan figuras del Antiguo y del Nuevo Testamento (reconocemos, desde la izquierda, a San Pedro, Adán, San Juan Evangelista, David, San Lorenzo, San Esteban, Moisés, Santiago, Abraham, San Pablo). En la parte inferior, a los lados del altar en el que se está expuesto el S.S Sacramento, está representada en cambio la Iglesia militante, con los Santos Doctores de la Iglesia de Occidente en tronos de mármol (Gregorio Magno que tiene los rasgos de Julio II, Jerónimo, Ambrosio y Agustín), obispos, papas, monjes, pero también artistas y científicos; algunos personajes son históricos y fácilmente identificables (el monje del extremo izquierdo es el pintor Beato Angélico, el Papa de pie a la derecha con una hermosa capa dorada es el tío de Julio II, Sixto IV, y detrás de él está Dante Alighieri).

Luego hay dos personajes que cabe destacar. Uno es el joven de la izquierda, con una capa azul: al que está detrás de él, muy concentrado en un libro, quizás de teología, le señala el Santísimo Sacramento con su mano. El segundo personaje está en cambio en el lado opuesto, a la derecha, con la túnica rosa: apoyado en la bella balaustrada esculpida, se inclina para ver el altar. Pues bien, estos dos jóvenes, cuyos nombres desconocemos, se inclinan hacia la presencia de Jesús en el mundo, se encuentran frente al punto focal del fresco, al que todos convergen y del que parece emanar una energía a través de todos los personajes representados.

De hecho, la gama de gestos en la parte inferior del fresco es variada y altamente expresiva y contrasta con la impasibilidad y la calma de aquellos que ya disfrutan de la dicha al lado de la Trinidad. Y esto es correcto, porque en la parte inferior del fresco también estamos nosotros, mujeres y hombres del siglo XXI, creyentes y cristianos, investidos por la pandemia, con nuestras dudas, nuestras incertidumbres, pero también con el deseo de mostrar a Jesús al mundo y dar testimonio de Él con toda nuestra vida.

Hagamos nuestra la oración de la conclusión de la Secuencia proclamada antes del Evangelio en la Misa dominical de la Solemnidad del Corpus Christi:

EI pan que del cielo baja

es comida de viajeros.

Es un pan para los hijos.

¡No hay que tirarlo a los perros!

 

Isaac, el inocente,

es figura de este pan,

con el cordero de Pascua

y el misterioso maná.

 

Ten compasión de nosotros,

buen pastor, pan verdadero.

Apaciéntanos y cuídanos

y condúcenos al cielo.

 

Todo lo puedes y sabes,

pastor de ovejas, divino.

Concédenos en el cielo

gozar la herencia contigo.

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