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Arte y meditación - febrero 2024

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Piero del Pollaiolo (Florencia 1441 - Roma 1496), La Esperanza, 1469-72, témpera grassa sobre tabla, 168 x 90,5 cm, Florencia, Museo de los Uffizi 

Las Virtudes: La Esperanza 

Continuamos examinando el ciclo pictórico dedicado a las Virtudes que fue encargado a Piero del Pollaiolo en 1469 y destinado a la Sala dell'Udienza del Tribunale di Mercanzia en la Plaza de la Signoria de Florencia.

Antes de proceder al examen del segundo cuadro del ciclo, recordemos a qué nos referimos cuando hablamos de virtudes "teologales" (la fe, sobre la que escribimos el mes pasado, la esperanza y luego la caridad). Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica: “Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino. Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad” (nº 1812-1813).

Pollaiolo vuelve a representar a la Esperanza como una mujer joven. Lo que notamos inmediatamente es que no tiene ningún objeto en la mano (los objetos que caracterizan a las personas o a los sujetos pictóricos se denominan "atributos"), pero en cambio el gesto que hace con las manos tiene enorme relevancia: estas están unidas, en actitud de oración. Que la mujer está rezando lo confirma también la mirada absorta que dirige hacia arriba. Parece casi en éxtasis, parece confiar todo su ser a Dios, contemplar su gloria.

Si leemos la definición que el propio Catecismo da de la Esperanza en el nº 1817 ("La esperanza es la virtud teologal por la que deseamos como felicidad el reino de los cielos y la vida eterna, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y contando no con nuestras propias fuerzas, sino con la ayuda de la gracia del Espíritu Santo") nos damos cuenta hasta qué punto Pollaiolo había entendido , muchos siglos antes, las características esenciales de esta virtud. La mujer no necesita nada más que el verde de su vestido (¡aún hoy seguimos asociando el color verde con la virtud de la esperanza!) porque el resto le viene directamente de Dios, a quien se inclina con todo su ser.

También la esperanza está sentada en un trono porque es digna de ser glorificada y honrada, ya que sostiene en los momentos de abandono, supera todo desaliento y abre el corazón a la espera de la venida del Señor.

Dios mío, líbrame de la mano perversa,  del puño criminal y violento. Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud. En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías, siempre he confiado en ti.(Salmo 71, 4-6)

Pues hemos sido salvados en esperanza. Y una esperanza que se ve, no es esperanza; efectivamente, ¿cómo va a esperar uno algo que ve? Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. (Romanos 8, 24-25)

De la misma manera, queriendo Dios demostrar a los beneficiarios de la promesa la inmutabilidad de su designio, se comprometió con juramento, para que por dos cosas inmutables, en las que es imposible que Dios mienta, cobremos ánimos y fuerza los que buscamos refugio en él, aferrándonos a la esperanza que tenemos delante. La cual es para nosotros como ancla del alma, segura y firme, que penetra más allá de la cortina, donde entró, como precursor, por nosotros, Jesús, Sumo Sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec. (Ebreos 6, 17-20)

 

(Contribución de Vito Pongolini)