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Arte y meditación - septiembre 2023

Veronica

Maestro de la Verónica de Múnich (activo entre 1400 y 1425), Verónica con el sudario de Cristo, 1425 aproximadamente, óleo sobre tabla (madera de abeto), 78,1 x 48,2 cm, Múnich, Alte Pinahekotk 

Mujeres del Nuevo Testamento: Verónica. 

Iba Él acompañado por los Doce, y por algunas mujeres, que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes; Susana y otras muchas que les servían con sus bienes. (Lc 8, 2-3)

Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto. (Lc 23, 55-56)

 

Verónica es el nombre que la tradición da a una de las mujeres que siguieron a Jesús durante toda su predicación. Inicialmente identificada con la mujer que sufría flujos de sangre y que sanó con solo tocar el manto de Jesús (como se nos narra en los evangelios sinópticos, por ejemplo en Lc 8, 43-48), a partir del siglo XIV fue considerada la protagonista de un episodio que no está narrado en los Evangelios canónicos. El nombre "Verónica" lo asociamos a lo que en la tradición de la Iglesia propone en la sexta estación del Vía Crucis: durante el trayecto al Calvario, ella, una de las mujeres discípulas, seca con un paño el rostro de Jesús, del sudor y la sangre derramada a causa de la coronación de espinas.

Me gusta mucho la idea de ponerle un nombre - además de María, Salomé, Juana, Susana - a otra de las mujeres - probablemente muchas, quizás incluso más que los doce apóstoles a juzgar por lo relatado en el primer pasaje de Lucas citado anteriormente - que siguieron a Jesús durante los tres años de su predicación.

Este tema ha gozado de gran difusión entre las representaciones artísticas y numerosos pintores han elegido representarlo, en parte probablemente porque según el relato de la tradición, la mujer se percató sucesivamente que sobre el paño inmaculado con el que había secado a Jesús había quedado milagrosamente impreso su rostro, lo que comúnmente se conoce como "la Santa Faz".

La imagen que contemplamos es bastante antigua y sobre todo cercana al período en que se difundieron, en el seno de la Iglesia católica, la historia de Verónica así como su veneración, identificándola como una de las "pías mujeres" que seguían a Jesús.

Ni siquiera ha llegado hasta nosotros el nombre del autor de la tabla que hoy se conserva en la Pinacoteca de Múnich. Este es su cuadro más famoso, hasta el punto que el pintor es recordado como el "Maestro de la Verónica de Múnich".

Lo que llama inmediatamente la atención al contemplar la pintura es el absoluto protagonismo del rostro de Cristo. Verónica está en segundo plano, su mirada no se cruza con la nuestra, sino que se inclina casi para decirnos que también nosotros debemos contemplar el santo rostro de Jesús impreso en el lino con el que lo ha secado. Y este paño está completamente extendido porque de manera que todos puedan contemplar la sagrada imagen en él grabada. Incluso los seis pequeños ángeles situados  en primer plano dirigen su mirada al rostro de Jesús y a Él elevan su oración.

Verónica se convierte así en la imagen perfecta del discípulo: quien sigue a Jesús no busca el protagonismo en el anuncio del Evangelio, sino que sencillamente lleva a todos los gestos y las palabras del Señor para que cada uno pueda encontrarse con Él pudiendo así salvarse.

No en vano Verónica está envuelta por un fondo de oro que, lo sabemos, simboliza la divinidad.

Solo podemos imaginar el asombro de Verónica cuándo, después de haber visto el viernes la tumba y el cuerpo de Jesús allí depositado, después de haber preparado en sábado aromas y perfumes, el día después del sábado va a la tumba por la mañana, con algunas otras mujeres, y la encuentra vacía, y ve al ángel que anuncia que Jesús ha resucitado, y corre hacia los discípulos...

El lino sobre el que está impreso el rostro de Jesús se convierte entonces en una reliquia de la resurrección, signo de una presencia que venció a la muerte, como testimonian los ojos abiertos de Jesús que nos miran fijamente. Y cada vez que veamos este Santo Rostro habrá una mujer, Verónica, que lo entrega, lo muestra, lo dona.

(Contribución de Vito Pongolini)